Una causa casi siempre relacionada con la electricidad son los incendios, y
con ellos el humo; aunque la causa de un fuego puede ser un desastre natural,
lo habitual en muchos entornos es que el mayor peligro de incendio provenga de
problemas eléctricos por la sobrecarga de la red debido al gran número de
aparatos conectados al tendido. Un simple cortocircuito o un equipo que se
calienta demasiado pueden convertirse en la causa directa de un incendio en
el edificio, o al menos en la planta, donde se encuentran invertidos millones
de pesetas en equipamiento.
Un método efectivo contra los incendios son los extintores situados en el
techo, que se activan automáticamente al detectar humo o calor. Algunos de
ellos, los más antiguos, utilizaban agua para apagar las llamas, lo que
provocaba que el hardware no llegara a sufrir los efectos del fuego si
los extintores se activaban correctamente, pero que quedara destrozado por el
agua expulsada. Visto este problema, a mitad de los ochenta se comenzaron a
utilizar extintores de halón; este compuesto no conduce electricidad ni
deja residuos, por lo que resulta ideal para no dañar los equipos. Sin
embargo, también el halón presentaba problemas: por un lado, resulta
excesivamente contaminante para la atmósfera, y por otro puede axfisiar a las
personas a la vez que acaba con el fuego. Por eso se han sustituido los
extintores de halón (aunque se siguen utilizando mucho hoy en día) por
extintores de dióxido de carbono, menos contaminante y menos perjudicial. De
cualquier forma, al igual que el halón el dióxido de carbono no es
precisamente sano para los humanos, por lo que antes de activar el extintor es
conveniente que todo el mundo abandone la sala; si se trata de sistemas de
activación automática suelen avisar antes de expulsar su compuesto mediante
un pitido.
Aparte del fuego y el calor generado, en un incendio existe un tercer
elemento perjudicial para los equipos: el humo, un potente abrasivo que ataca
especialmente los discos magnéticos y ópticos. Quizás ante un incendio el
daño provocado por el humo sea insignificante en comparación con el causado
por el fuego y el calor, pero hemos de recordar que
puede existir humo sin necesidad de que haya un fuego: por ejemplo, en salas
de operaciones donde se fuma. Aunque muchos no apliquemos esta regla y fumemos
demasiado - siempre es demasiado - delante de nuestros equipos, sería
conveniente no permitir esto; aparte de la suciedad generada que se deposita
en todas las partes de un ordenador, desde el teclado hasta el monitor,
generalmente todos tenemos el cenicero cerca de los equipos, por lo que el
humo afecta directamente a todos los componentes; incluso al ser algo más
habitual que un incendio, se puede considerar más perjudicial - para los
equipos y las personas - el humo del tabaco que el de un fuego.
En muchos manuales de seguridad se insta a los usuarios, administradores, o
al personal en general a intentar controlar el fuego y salvar el equipamiento;
esto tiene, como casi todo, sus pros y sus contras. Evidentemente, algo
lógico cuando estamos ante un incendio de pequeñas dimensiones es intentar
utilizar un extintor para apagarlo, de forma que lo que podría haber sido
una catástrofe sea un simple susto o un pequeño accidente. Sin embargo,
cuando las dimensiones de las llamas son considerables lo último que debemos
hacer es intentar controlar el fuego nosotros mismos, arriesgando vidas para
salvar hardware; como sucedía en el caso de inundaciones, no
importa el precio de nuestros equipos o el valor de nuestra información:
nunca serán tan importantes como una vida humana. Lo más recomendable en
estos casos es evacuar el lugar del incendio y dejar su control en manos de
personal especializado.
© 2002 Antonio Villalón Huerta