next up previous
Siguiente: El impuesto a la Arriba: Trampas en el Cyberespacio Previo: Trampas en el Cyberespacio

Armario con cajones y lavado de cerebros

He tenido muchas ocasiones de medir personalmente la profundidad de este sueño hipnótico del cual he hablado anteriormente, pero la más graciosa es seguramente aquella que se me presentó hace algún tiempo durante un viaje en TGV. Las computadoras portátiles (esos embriones de computadoras que cuestan tanto como un coche pequeño, que se pueden guardar en un maletín y que sirven con mucha frecuencia para jugar al solitario) proliferan en estos tiempos casi tanto como los teléfonos móviles, sobre todo en los trenes y aviones. Pues bien, durante uno de mis viajes, me encontraba sentado al lado de un agradable señor, joven ejecutivo dinámico él, que estaba ejecutando en su máquina el calamitoso (veremos por qué más adelante) programa DeFrag. Este programa muestra en la pantalla una hermosa matriz llena de pequeños cuadraditos de diferentes colores que se mueven en todos los sentidos mientras el disco trabaja intensamente. No pude resistir la tentación (espero que este señor no se ofenda si se reconoce en este artículo): después de haberlo elogiado por su hermoso portátil, le pregunté, fingiendo la mayor ignorancia, qué era ese lindo programa que yo no tenía en mi portátil. Con un aire de superioridad mezclada con compasión ( ``el pobre hombre no tiene mi super programa''), me respondió que ésta era una herramienta esencial que hay que lanzar cada cierto tiempo para hacer más rápida la máquina desfragmentando el disco. Continuó repetiéndome de memoria los argumentos que se encuentran en los manuales de Windows: cuánto más se utiliza el disco más se fragmenta y cuánto más se fragmenta, más lenta se vuelve la máquina; ésta es la razón por la cual él ejecuta concienzudamente DeFrag cada vez que puede. En ese momento saqué mi computadora portátil, que no utiliza Windows sino GNU/Linux (una versión libre, gratuita, abierta y muy eficaz de Unix, desarrollada por los esfuerzos comunitarios de millares de personas en Internet) y le dije, con una expresión muy sorprendida, que en mi portátil el disco está siempre muy poco fragmentado y cuanto más se utiliza menos se fragmenta.

Nuestro ejecutivo, ya menos cómodo, contestó que su portátil utilizaba la última versión de Windows 95, producida por la empresa más grande de software del mundo, y que yo seguramente me estaría equivocando en algún punto. Traté entonces de hacerle olvidar por un instante la propaganda que lo había intoxicado hasta entonces, explicándole simplemente el problema de la desfragmentación: voy a tratar de resumirles a ustedes una apacible conversación que duró una buena media hora. Usted sabe seguramente que sus datos están guardados en ``archivos'' que son memorizados sobre el disco duro de la computadora. Este disco es como un gigantesco armario con cajones, y cada cajón tiene la misma capacidad (típicamente 512 bytes3) y cada disco contiene algunos millones de cajones. Si los datos que a usted le interesan son guardados en cajones contiguos se puede acceder a ellos más rápidamente que si fueran desparramados (a partir de ahora diremos fragmentados) por todas partes del armario. Esto no tiene nada de raro, es lo que nos pasa todos los días cuando hay que encontrar un par de calcetines: uno las encuentra mucho más rápido si ambas se encuentran en el mismo cajón. Estamos entonces de acuerdo en que es mejor un armario bien ordenado que uno desordenado. El problema reside en saber cómo hacer para conservar el armario ordenado cuando este se utiliza frecuentemente.

Imaginemos ahora un ministerio que guarda sus expedientes en un enorme armario con millones de cajones. Nos gustaría, por las mismas razones antedichas, que los documentos relativos a un mismo expediente se encuentren, en la medida de lo posible, en cajones contiguos. Usted debe contratar una secretaria y tiene la opción de elegir entre dos candidatas con prácticas bastante diferentes: la primera, cuando un expediente debe eliminarse del archivo, se limita a vaciar los cajones, y cuando un nuevo expediente entra, lo separa en pequeños grupos de documentos de la medida de un cajón y archiva cada grupo al azar en el primer cajón vacío que encuentra en el armario. Cuando usted le señala que así va a ser muy difícil encontrar rápidamente todos los documentos que tienen que ver por ejemplo con el expediente del Crédit Lyonnais, ella responde que va a ser necesario contratar todos los fines de semana una docena de muchachos para poner de nuevo todo en orden. La segunda candidata, al contrario que la primera, conserva sobre su escritorio una lista de cajones vacíos contiguos, la cual pone al día todas las veces que un expediente es cerrado y sacado de los cajones. Cuando entra un nuevo expediente, ella busca en su lista un conjunto de cajones vacíos contiguos de la medida necesaria, y es ahí donde coloca el nuevo expediente. Así, le explica ella, el armario permanecerá siempre bien ordenado, incluso aunque haya muchos movimientos de expedientes. No hay duda de que es la segunda secretaria la que debe ser contratada, y nuestro joven ejecutivo estuvo perfectamente de acuerdo.

En ese momento fue fácil hacerle entender que Windows 95 actuaba como la primera secretaria y necesitaba de ayudantes que ordenen el armario (el programa DeFrag), mientras que GNU/Linux actuaba como la buena secretaria y no necesitaba de nadie para ayudarla. Al llegar a la estación, nuestro gentil ejecutivo ya no estaba tan contento: le habían enseñado que DeFrag hace andar más rápido la máquina, pero juntos habíamos visto que en realidad es más adecuado decir que es Windows quien la hace lenta!

En efecto, el problema de la gestión eficaz de los discos es muy viejo y hace mucho tiempo que se sabe como resolverlo (la prueba es que Unix es más antiguo que Microsoft y tiene la buena secretaria desde 1984!). Y todavía hay cosas mucho peores que DeFrag; desafortunadamente, no tenemos tiempo para contarles todas las pequeñas y sabrosas historias sobre el programa ScanDisk, que se supone tiene que ``reparar'' los discos, pero que propone opciones incomprensibles cuyo resultado final es, la mayoría de las veces, la destrucción pura y simple de la estructura de los expedientes, aun cuando los datos podían haber sido recuperables antes de pasar este programa.

No solamente es imposible esto con Unix (a menos de que el disco sea taladrado con una máquina), sino que las técnicas correctas de gestión de un disco son enseñadas en los primeros cursos de informática de la Universidad desde hace más de 10 años.

La simple existencia de un programa como DeFrag o los daños producidos por el ScanDisk de Windows 95 deberían ser suficientes para que cualquier persona inteligente con poder de decisión pudiera tachar Microsoft de la lista de sus proveedores. Y sin embargo, como prueba de la eficiencia del lavado de cerebros y del profundo sueño en el cual hemos estado sumidos, aquí en Francia estamos dispuestos a convertir el sistema informático bancario a productos Microsoft, así como a elegirlos también para la educación de nuestros hijos. El poder de la maquinaria comercial de ciertas empresas logra realizar tal distorsión de la realidad que llegamos a creer fervientemente que los defectos más graves de ciertos programas son por el contrario totalmente indispensables (a propósito de esto, en el mundo informático hace mucho tiempo que se emplea el dicho ``it's not a bug, it's a feature!'' -- no es un defecto, es una funcionalidad!). Sucede también que los especialistas que tienen los conocimientos necesarios para desarmar todas estas trampas y poner en evidencia los errores, los peligros y las manipulaciones, sin riesgo de ser considerados como competidores derrotados y gruñones, se han callado durante demasiado tiempo. Tenemos aquí un fenómeno bien extraño: por un lado, ningún científico serio tiene ganas hoy en día de publicar un artículo en la prensa que se dice de informática, por miedo a manchar su reputación por haber tratado con mercachifles. Por el otro lado, al no tener el apoyo de científicos serios, la prensa informática se transformó, vía soporte publicitario, en un eco poco edificante de los fabricantes de computadoras. Esto la hace aún más mercachifle, y aún menos frecuentable por expertos serios.


next up previous
Siguiente: El impuesto a la Arriba: Trampas en el Cyberespacio Previo: Trampas en el Cyberespacio

1999-07-10