La cinta ha sido hasta el momento un elemento indispensable en las grabaciones de datos sociolingüísticos. No queremos negar su gran importancia en el pasado, pero tampoco queremos negar algunos problemas inherentes a su uso, entre los que los más comunes son:
Las cintas se estropean fácilmente con el movimiento continuado de avanzar y retroceder.
"¡La cinta se rompió exactamente en el lugar donde yo necesitaba oír la grabación una vez más!" "¿Y ahora? ¡Los hablantes hace tiempo que murieron!" "Perdí el trabajo de un año! Yo intenté encolar los puntos de la cinta con un cinta adhesiva, pero no se quedó bien". Ésas son algunas frases de desesperación por perder los datos de una investigación por rotura de la cinta. Obtener nuevos datos no es una tarea fácil, y en el caso de comunidades de difícil acceso, en vías de extinción o extintas es imposible, y esa parte de la cultura de la humanidad se habrá perdido para siempre. Ir al campo presupone disponer de tiempo, paciencia y habilidad de trabajar con una comunidad de hablantes (Labov 1994). Muchas veces los hablantes no aceptan a ser entrevistados temerosos de represalias políticas, lo que hace los datos difíciles de conseguir aunque la comunidad que posea esa variante siga viva.
Con el tiempo, las cintas van perdiendo en calidad, aunque no se usen.
Aunque se tomen los cuidados necesarios en la conservación de las cintas magnéticas, el tiempo acaba por destruir la calidad de las cintas y esto es inevitable.
Las cintas son sensibles a la humedad, al calor y los campos magnéticos, aunque sean campos pequeños.
El moho es el principal enemigo de las cintas magnéticas que se quedan guardadas por mucho tiempo, llegando incluso a destruirlas. Para resolver ese tipo del problema, es importante que un especialista realice una limpieza periódica de la superficie de la cinta. Aun así, una limpieza cuidadosa es económicamente inviable, por la gran cantidad de metros de cinta involucrados. Por ello, los datos terminan perdiéndose dentro de los laboratorios.
Las cintas ocupan mucho espacio físico.
Para grabar un hablante, se usa una cinta de 60 minutos, por lo menos. Multiplicando esos minutos por 12, para construir la muestra de investigación más simple posible con representatividad, tendremos el equivalente de 720 horas de grabaciones que ocuparán 12 cintas, por lo menos. Si la muestra crece, como son las muestras dialetológicas (cf. Ferreira &Cardoso 1994), esa equivalencia se triplica y los perjuicios serán, entonces, la falta del espacio en los laboratorios, la conservación de las cintas (comentado en (c)) y su distribución.
La copia es siempre peor que el original.
Así como las cintas se pierden con el tiempo, se dañan también con el uso. Lo peor es que la copia es siempre es de peor calidad que el original. La calidad de la grabación y los datos lingüísticos quedan comprometidos, y siempre se degradan.